En octubre de 1977, los quince cuentos que integran “Un elefante ocupa mucho espacio” , de Elsa Isabel Bornemann, fueron prohibidos por Decreto N° 3155 del Poder Ejecutivo Nacional por considerarse que “se trata de cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo” y que “de su análisis surge una posición que agravia a la moral, a la familia, al ser humano y a la sociedad que éste compone”.
En ese momento, el país era presidido por una Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas, con Jorge Rafael Videla a la cabeza. Se había instalado fuertemente un Estado terrorista, responsable de la desaparición de miles de personas y de la implementación de una política económica neoliberal y antipopular. En consonancia con ello, prohibió a cientos de intelectuales, artistas y sus obras. La dictadura poseía un control férreo de la política cultural, educativa, y sobre los medios de comunicación; y censuró canciones, películas y libros. Según ellos, ésta era la vía que aprovechaba la “subversión” para “envenenar mentes”, especialmente las de niñ@s y jóvenes.
- Les proponemos abordar la lectura de uno de los cuentos del libro, “El año verde” y a continuación trabajar con las actividades sugeridas.
El año verde
Asomándose cada primero de enero desde la torre de su palacio, el poderoso rey saluda a su pueblo, reunido en la plaza mayor. Como desde la torre hasta la plaza median aproximadamente unos setecientos metros, el soberano no puede ver los pies descalzos de su gente.
Tampoco le es posible oír sus quejas (y esto no sucede a causa de la distancia, sino, simplemente porque es sordo…)
– ¡Buen año nuevo! ¡Que el cielo los colme de bendiciones! –grita entusiasmado, y todas las cabezas se elevan hacia el inalcanzable azul salpicado de nubecitas esperando inútilmente que caiga siquiera alguna de tales bendiciones…
– ¡El año verde serán todos felices! ¡Se los prometo! –agrega el rey antes de desaparecer hasta el primero de enero siguiente.
–El año verde… –repiten por lo bajo los habitantes de ese pueblo antes de regresar hacia sus casas
– El año verde
Pero cada año nuevo llega con el rojo de los fuegos artificiales disparados desde la torre del palacio… con el azul de las telas que se bordan para renovar las tres mil cortinas de sus ventanas… con el blanco de los armiños que se crían para confeccionar las puntosas capas del rey… con el negro de los cueros que se curten para fabricar sus doscientos pares de zapatos… con el amarrillo de las espigas que los campesinos siembran para amasar –más tarde – panes que nunca comerán…
Cada año nuevo llega con los mismos colores de siempre. Pero ninguno es totalmente verde… Y los pies continúan descalzos… Y el rey sordo.
Hasta que, en la última semana de cierto diciembre, un muchacho toma una lata de pintura verde y una brocha. Primero pinta el frente de su casa, después sigue con la pared del vecino, estirando el color hasta que tiñe todas las paredes de su cuadra, y la vereda, y los cordones, y la zanja… Finalmente; hunde su cabeza en otra lata y allá va, con sus cabellos verdes alborotando las calles del pueblo:
– ¡El aire ya huele a verde! ¡Si todos juntos lo soñamos, si lo queremos, el año verde será el próximo!
Y el pueblo entero, como si de pronto un fuerte viento lo empujara en apretada hojarasca, sale a pintar hasta el último rincón. Y en hojarasca verde se dirige luego a la plaza mayor, festejando la llegada del año verde. Y corren con sus brochas empapadas para pintar el palacio por fuera y por dentro. Y por dentro está el rey, que también es totalmente teñido. Y por dentro están los tambores de la guardia real, que por primera vez baten alegremente anunciando la llegada del año verde.
– ¡Que llegó para quedarse! –gritan todos a coro, mientras el rey escapa hacia un descolorido país lejano.
Ese mes de enero llueve torrencialmente. La lluvia destiñe al pueblo y todo el verde cae al río y se lo lleva el mar, acaso para teñir otras costas… Pero ellos ya saben que ninguna lluvia será tan poderosa como para despintar el verde de sus corazones, definitivamente verdes. Bien verdes, como los años que –todos juntos—han de construir día por día.
Elsa I. Bornemann
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